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ISSN 1989-4163

NUMERO 23 - MAYO 2011

Cuando el Remedio es la Propia Enfermedad

Marta Gómez

Nos empeñamos en dar vueltas concéntricas a un punto que consideramos con gran subjetividad, el foco de nuestros problemas –o tragedias, en función del catastrofismo de cada uno. Evitándolo como a la peste y atribuyéndole toda la culpa de lo que nos sucede. Dándose así una vez más la hipocresía de, a pesar de considerarnos el centro del universo y vernos cada uno a sí mismo como la criatura más preciosa e importante, pensar que lo “malo” es siempre ajeno y externo a nosotros. Raramente alguien considera (acepta) que lo oscuro pueda proceder del interior. Todo porque una vez se nos dijo que somos puros y perfectos, a imagen y semejanza de no recuerdo quién.

Creo que lo que me entristece o mejor dicho, decepciona, es echar la vista atrás y darme cuenta de que un periodo “equis” de mi vida al que quiero someter a escrutinio en este momento concreto ha sido inútil. Es erróneo valorar un día, un año, un trabajo, una relación […] en términos de felicidad. Creo en la vida útil, no en la vida feliz. La felicidad es efímera, el aprendizaje permanece. Si una desgracia consigue sacarme de mi letargo o me proporciona una valiosa lección que aplicar a situaciones futuras, el hecho de no haber sido un episodio particularmente feliz carece de importancia.

¿Por qué no puedo olvidar a este hombre o mujer que me hace tanto daño, dejar ese trabajo que me sangra o pasar del amigo que no deja de explotarme?. Pues porque esa persona hace detenerse el tiempo , ese trabajo es lo que siempre he soñado hacer en la vida y con ese amigo tengo las mejores y más desternillantes carcajadas. El por qué las cosas/personas que más daño nos provocan son también las que nos hacen sentir más vivos, no es ninguna paradoja. Es una injusticia, moral para más señas, y ojalá algún día recibamos la explicación a tan morboso antojo de la evolución. Dedicamos más tiempo a autocompadecernos por no tener el valor suficiente de cambiar cierto aspecto de nuestra vida, que a gozar al máximo de lo que tenemos -aunque en momentos nos haga sufrir- mientras diseñamos el plan perfecto para cambiar sin éxito ese maldito episodio. Es cierto que así las cosas no cambian, pero sí mejoran. También es cierto que ya que contamos con nuestro libre albedrío, la reacción lógica de éste ante el descubrimiento de que la vida es demasiado dolorosa para continuar con ella, sería la de darle fin. Pero también es un hecho que aquel que reflexiona hasta la extenuación sobre tan descorazonadora circunstancia, no es sino porque sin duda encuentra un gran sentido a la vida misma y es por ello que tal “sin sentido” resulta insoportable. Alexei Kirilov y Thomas Bernhard, tendrían una amena charla al respecto que quizás podría darme luz sobre alguna de tantas dudas. Es una pena que uno no exista y el otro, simplemente haya dejado de hacerlo –de manera natural contra todo pronóstico.

Y lo siento por los accionistas del destino y del karma, pero la vida no se escribe a partir de pequeñas decisiones que tomamos a cada instante. No somos tan importantes. El miedo y la culpa no deberían ser quienes rigen y condicionan nuestras vidas. No existen las pequeñas decisiones, cada una de ellas es grande si efectivamente cosideramos que toda consecuencia es grande del mismo modo. No podemos decidir actuar y seguidamente lavarnos las manos –ya está, tomé mi “pequeña” decisión, ahora el destino se encarga de llevarme por este camino que he decidido tomar en este preciso instante, en este preciso lugar.  Menuda irresponsabilidad. Lo importante, lo que realmente tiene efectos directos, no solo sobre nosotros mismos sino sobre todo aquello que se encuentre en el radio de expansión del seísmo de nuestras acciones, es justamente el decidir qué vamos a hacer con ese abanico de posibilidades que se nos presenta una vez tomada nuestra decisión. Al hallarnos frente a un cruce de caminos sin señalización ni pistas aparentes, únicamente con nuestro instinto como brújula, es importante decidir qué dirección tomaremos. Pero no por la decisión en sí, sino porque cada una supondrá un viaje completamente distinto en el que nos veremos frente a situaciones cuya manera de resolverlas serán las  que dicten qué va a ser de nosotros. No existe el camino bueno o malo. Ambos pueden ser uno u otro, dependerá de lo que hagamos con él. De nada sirve mortificarse con “tomé la decisión -el camino- equivocado”, ya que esto solo es una manera de, reitero una vez más, lavarnos las manos y, perezosos, asumir que nada podemos hacer para enmendar nuestros errores ya que las decisiones no tienen vuelta atrás. Quizás por eso nos perdemos tanto, por ir contra natura pretendiendo avanzar dando marcha atrás.

La única conclusión a la que he podido llegar y lo único que he podido comprender tras haber sucumbido como uno más, a la autocompasión y el sinvivir causado por la recurrente y estúpida pregunta de “¿qué he hecho yo para merecer esto?”, es que a veces el alejar de nosotros aquello que nos supone tanto dolor es precisamente el origen de dicho dolor y huyendo no hacemos sino perder un tiempo precioso. No debemos tener miedo de hacer, de sentir, incluso de sufrir… en definitiva, no debemos tener miedo de vivir. Citando a Teresa de Calcuta: Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal.

Teresa de Calcuta

 

 

 

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